La Milpa y el paliacate
No te cansas de poner píe frente a píe y, el camino, cualquier camino, es el tuyo, el que iniciaste un día lejano, casi mítico. Del lugar de inicio queda tu voz que es mil voces y tu idioma, un abrazo y algún beso digno de rememorar. Ya en el destino del azar caminas por las calles y ves a los niños que juegan, dan la mano, intentan caminar, correr. A veces es fácil saber sí es alegría o tristeza su rostro o sus palabras. A veces es más difícil. Y de los adultos y sus pasiones poco podremos decir. Ellos no se reflejan, se ocultan o están tan a flor de piel que se abalanzan sobre ti y delatan tu propia imagen en sus rostros, tus miedos, tus añoranzas. Ver no es lo mismo que observar. Y volver sobre nuestros pasos para tratar de recordar lo visto, lo vivido, es destino sin destino. Paso a paso vas construyendo una memoria que, sin quererlo, puede ser tan sólo eso: imágenes que nada dicen del pasado, del presente que ya no vives. Y del futuro nada sabrás si no participas de su construcción.
A veces vuelves sobre tus pasos.
La presencia de esos rostros de tu memoria confunde tus idiomas, tus realidades, tus historias personales y colectivas, los sufrimientos, el silencio, los encuentros y desencuentros. Todo eso que hace posible tu presente se mezcla de forma aleatoria con los pasados remotos y cercanos.
Es imposible pasar por alto todo eso. A veces tomas partido hasta quedar marcado para siempre.
Escribir es, a veces y siempre, mostrar esa marca. Porque escribir puede ser compromiso con esos rostros y hacer propio el futuro que construyen. Las letras, enardecidas, reclaman su destino de belleza y verdad.
Las palabras de Manolo Pipas buscan esos rostros y sus voces. Tratan de distinguirlos, de hacerlos individuos, de reencontrarlos desde la mazorca que es vida, cultura y sustento, desde el camino que es palabras nuevas, alejarse y acercarse al mismo tiempo, desde los píes que se visten de piel, de dignidad descalza para jugar y para trabajar, desde el cafetal que es punto de encuentro, de llantos , cantos, risas, desde las luces del cerro que dan la bienvenida a la noche, desde los árboles que son cobijo y sombra de descanso en la caminata, desde los miles de sueños morenos, murallas de cuerpos y de mantas, desde la revuelta del nosotros, desde el poblado que se aferra a la ladera de la montaña, desde las manos que tejen y luchan, desde la trenza de dignidad y el rebozo maternal, desde las nubes en la sierra que deliran formas tan fugaces como es el presente, desde la resistencia de los pueblos que nada piden para ellos, desde la milpa y desde el paliacate.
Y así, el camino de Manolo va descubriendo la vida misma, su eterno aprendizaje y su eterno devenir en olvido. Ya en el camino decide si quiere correr o quedarse. Ver u observar. Destruir o construir. Y poco importa si el camino se convierte en metáfora de pájaros. Identificarse con el paso a paso del poeta es sencillo ahora porque busca eso mismo que antes y ahora mismo se sigue buscando. Como dice el escritor guatemalteco Otto René Castillo en “Arte Poética”:
Hermosa encuentra la vida
quien la construye hermosa.
Por eso amo en ti
lo que tú amas en mí:
la lucha por la construcción
hermosa de nuestro planeta.
La poesía, entonces, debe comprometerse pero no aceptar compromisos. Debe comprometerse con la palabra y con la vida pero no debe aceptar cosas que dirijan el lenguaje poético –insumiso por naturaleza- a caminos que ha trillado la indecisión. Será el futuro, así, de quien lo construya para ser vivido. La milpa y el paliacate son el recuerdo y el presente del observar una vida feliz y precaria, de la risa de los dragoncitos de papel, de lo que quisiéramos que siempre acompañara nuestro camino.
Edgar Quisquinay.
San Cristóbal de las Casas, Chiapas, enero de 2011.
Y eso... como sucede siempre... el camino continúa.