jueves, 31 de mayo de 2012

Salto Temporal 27


Corríamos bajo la lluvia. José Daniel, Eduardo, Guillermo y yo. La segunda visita para tomar fotos se había pasado por agua. La logística ahora corría en nuestras manos y hacíamos muchas fotos por la libre, sin respetar la temática del mentado Foto30. Con los chunches al hombro y tratando que el equipo no se mojara nos refugiamos en el mercado, la intención en ese momento era entrar a la iglesia y hacer fotos de una campana que es monumento del municipio. Tomamos atol riéndonos de José Daniel por su exagerado prurito higiénico ante los vasos de vidrio repletos de arróz con leche. Al salir la lluvia ya era menos, quedaban las charcas en el concreto del parque y de las calles aledañas. El ruído del mercado empezaba a desvanecerse avasallado por el murmullo de los pasillos, por el rodar de los autos, por la sonora risa de las luces y los abandonos.
Jugando con los reflejos y con la necesidad de ganarle luz a la luz tomé esta foto. Ejercicio al fin, conjuro sobre la lejanía y sobre el recuerdo de llegar por ahí a media noche, del sobresalto de la soledad y de la carga de angustia que nada podía detener dentro de mi: era así el pasado. Eduardo y Guillermo se ríen de algo... llevan sobre sus hombros el equipo y piensan tomas, hacen planes, saborean las shecas de más tarde o el café que no nos negamos ni por broma. Salgo de la maroma del recuerdo hasta las calles mojadas, hasta un café cercano que nos depara más bromas. San Pedro nos vigila desde lo alto de la iglesia. Más allá, cerca pero más allá, queda la casa, San Marcos y más imágenes por venir.

¿Qué ves?

Busto de Miguel Ángel Asturias. 
Manolo Gallardo. CCMA.

Mientras pasan los días y se redacta la inexorable caida, los sueños se desprenden del cielo cual dosel de popelina. Las imágenes que he acumulado en tantos días no son nada más que reflejos de luces abandonando la memoria e instalándose en un resquicio del espacio que no me pertenece.
Miguel mira hacia alguna parte, creo que hacia el sur. Me he recordado de él ayer mientras recalaba en otras letras, incluso las propias, mientras le pasaba un trapo a un texto que verá luz el sábado lejos de aquí. Miguel el del nombre de arcángel, el que fijó su vista en un horizonte que le trajo réditos en todo sentido. Veo la estela que hace de lápida y vigila su descanso en Père Lachaise, me busco en las manos sus libros y sus penas. Tres Migueles son ahora parte de mi ser: Este, que domina nobelizado un panorama donde hemos querido matarlo, sacarlo para siempre de la influencia de nuestro pobre caminar por las letras. El otro, el de Orihuela, el niño yuntero, el que ofrece sus venas para que "nuevos brazos y nuevas piernas crezcan en la carne talada". Y el Miguel que se llama de otra manera y yace en las memorias colectivas y yace, también, en algún lugar del caluroso territorio de Zacapa.
Entre angelitos, raices, arañas, lagartijas, ratones y calaveras, florece el busto blanco que mira hacia... ¿hacia dónde?...