De esa iglesia en la avenida Bolivar tengo el recuerdo, la anécdota: cada vez que se menciona esa construcción mi madre cuenta sobre su padrastro participando en la construcción de tal.
Y ahí, en la Bolivar, entre las zonas 3 y 8 de la capital, sucede esa magia indómita que caracteriza a la occidentalización del pensamiento que aqueja a este país desde (siempre) hace siglos.
Caminar por ahí significa recordar mil cosas, entender esa relación problemática que existe entre clases sociales en este país. No circularé la Bolivar si no es para huir del sur rumbo al norte o viceversa. O por la condena municipal de usar al Transmetro porque no circula otro bus por ahí. Y lo haré si quiero definir los verdaderos íconos de mi extracción de clase: los muebles, colchones, iglesias, casas musicales, vidrierías, ventas de telas, tiendas insignia, las dos iglesias salesianas, el mismísimo Trebol y la indefinida frontera con la Aguilar Batres definen un todo que pocos se atreven a reclamar como propio. Ahí creció el mundo, ahí circulo el sueño por el axis del desden, desde la tierra de los Petapa hasta las casas señoriales o los mercados del sur de la capital.
Ir y ver. ¿Quién se decide y nos salva?