La autoridad al hablar es impresionante, aunque lo hace sin alardear, cuenta la anécdota porque le parece que viene al caso. Dice que, cuando era joven (ahora sobrepasa los setenta años) se iba a la montaña a cortar árboles. Caminaban muchos días y buscaban los más grandes, uno de unos sesenta o setenta metros de altura que desrramaba y trozaba entre cuatro leñadores diestros todos en ese peligroso arte de armar tapescos como andamios, llegar a la punta y empezar a bajar en procesos lentos de machete, hacha, sierra. Mientras trabajan cae la tarde... los de abajo desrramaban pero deciden irse antes que la noche los pille lejos del improvisado campamento, con fuego, una manta, la chascada para llenar el agujerito de la muela. Él no se da cuenta y la noche lo sorprende en un punto alto del tapesco. Decide bajar un poco pero no llegar al suelo. Juntar ramas y cubrirse lo mejor que pueda para pasar la noche, para soportar la lluvia que amenaza en el verde horizonte. Caminar por la selva, de noche, sería suicidio. Se acomoda y la noche lo aplasta. Apenas se acomoda un poco cuando escucha el ronroneo. En un claro, en la semi oscuridad, lo ve, camina por el suelo de la jungla, hurga en los restos del árbol que cae poco a poco. Voltea a ver para arriba pero sin mostrar interés en él.
Cuenta la anécdota y, cuando llega a este punto crucial, levanta la mano izquierda, extiende el dedo índice y dibuja un serpenteo en el aire mientras dice: "y el jaguar movía la cola así..."
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