miércoles, 11 de febrero de 2009

apenas 25 años...

No recuerdo qué hacía yo en 1984, ni cuántos años tenía, tal vez diez... ni siquiera me preocupaba por leer. Aún hoy me preocupo poco por esos menesteres de la lectura porque esa labor dejó de ser una preocupación para convertirse en una dicha enorme, en dulzura y amargura que acepto sin reparos. Ya no tengo diez años, no es el ochenta y cuatro. Veinticinco años han pasado desde esa fecha y él ya no está desde entonces. Yo me enteré de sus letras cuando la curiosidad me puso en las manos aquel tomito de una colección de libros de la biblioteca básica Salvat... "la isla a medio día y otros relatos", su autor no tendría rostro ni historia para mi hasta tiempo después.
He rondado por sus libros desde entonces y he querido y he odiado sus letras.
Hoy me invade un miedo sagrado y no mencionaré su nombre... pero haré de esto un homenaje a ese gigante que me ha mostrado palabras intensas, mitología moderna:

"EL NIÑO BUENO

No sabré desatarme los zapatos y dejar que la ciudad me muerda los pies
no me emborracharé bajo los puentes, no cometeré faltas de estilo.
Acepto este destino de camisas planchadas,
llego a tiempo a los cines, cedo mi asiento a las señoras.
El largo desarreglo de los sentidos me va mal.
Opto por el dentífrico y las toallas. Me vacuno.
Mira qué pobre amante, incapaz de meterse en una fuente
para traerte un pescadito rojo
bajo la rabia de gendarmes y niñeras.


LOS AMIGOS

En el tabaco, en el café, en el vino,
al borde de la noche se levantan
como esas voces que a lo lejos cantan
sin que se sepa qué, por el camino.

Livianamente hermanos del destino,
dióscuros, sombras pálidas, me espantan
las moscas de los hábitos, me aguantan
que siga a flote entre tanto remolino.

Los muertos hablan más pero al oído,
y los vivos son mano tibia y techo,
suma de lo ganado y lo perdido.

Así un día en la barca de la sombra,
de tanta ausencia abrigará mi pecho
esta antigua ternura que los nombra".


***
Sea entonces, está dicho.

Guatemala, 12 de febrero de 2009.

1 comentario:

Juli Gan dijo...

Es muy placentero encontrar un buen libro que te descubra emociones especiales. Por desgracia creo que cada vez está más difícil. A mí Cortázar me lo descubrió una profesora de bachiller. Un día nos leyó un par de cuentos fascinantes. Era una buena profesora sustituta que no quería enseñarnos a odiar la literatura como e resto obligándonos a leer las "cartas marruecas", por ejemplo. Nos descubrió a G. K. Chesterton, cosa que a nadie más se le hubiera ocurrido.