No tengo claro de hace cuántos años es esta foto. Creo que por lo menos serán diez.
En la colada original de este viaje iban Sheila y Gaby, Roberto, Victor, Edgar, Ricardo y yo.
Es una de las tantas fotos del ascenso al Volcán Zunil (3,542 msnm), Quetzaltenango, Guatemala.
La ruta... pues la más extraña... empezar por el cerro Paraxkim, pasar por la montaña Siete Cruces, terminar en el Volcán Zunil... toda la ruta sobre los 3,000 msnm... unos veinticinco o treinta kilómetros de caminata exigente.
Llegamos de noche a la cima del cerro Paraxkim... nos dieron permiso de dormir en una caseta de una de las tantas antenas de repetidoras que hay en esa cumbre (repetidoras de señales de televisión, radio, celulares). Tembló fuerte esa noche: Ricardo y Víctor salieron huyendo de la caseta... era la primera vez que sentían un temblor de esa fuerza. Los demás, tan acostumbrados a que sucedan cosas así, nos limitamos a esperar que pasara el temblor y seguir durmiendo.
Caminamos al día siguiente por toda la montaña Siente Cruces y logramos llegar al atardecer a las faldas del Volcán Zunil. Armamos las carpas, juntamos fuego, cocinamos. Pasamos la noche ahí.
Antes de irnos a dormir, recuerdo que Ricardo y Edgar decidieron aprovechar la poca luz del atardecer que se aproximaba. Subieron sin carga para ver cuánto nos faltaba para hacer cumbre total. Estuvieron fuera del campamento como media hora. Regresaron contando que habían hecho cumbre, que faltaba poco, que habían visto un atardecer que todavía envidio no haber visto con ellos.
Al día siguiente escondimos nuestras mochilas y, con agua nada más, subimos a ver el amanecer en la cumbre. De ese momento es esta foto. En ella aparecen (de izquierda a derecha): Edgar, Yo, Roberto (perdido apenas en la sombra), Ricardo y Víctor. La foto fue tomada con el automático de la cámara...
Ahora me pierdo en esa imagen: Ricardo ya cumplió dos años de haberse ido de nuestro lado... de Víctor nada sé. De los demás (Roberto y Edgar), he de decir que los vi hace poco, que sus manos son mis manos y que cuentan conmigo como yo sé que cuento con ellos. A Sheila no la he vuelto a ver, Gaby... pues a veces la he visto rondar por esas calles del centro, llevando a su hijo a la escuela.
Mis sueños en las alturas de los volcanes no se pueden comparar con nada de mi presente de costa y calor. Nada de lo que hago ahora es, siquiera, espejo de ese que fui hace años. De ese que se sentía cansado pero feliz de ver las cumbres que lo rodeaban, de ver los rostros de las y los compañeros que se unían a las escapadas hacía el verde y el frío.
Miro mis manos ahora y recuerdo tantas cosas que han tocado, tantas veces que se han lastimado, tantos apretones de mano que ya no sentirán...
Mis sueños son esto: un recuerdo de alguien que recuerda que recuerda.