domingo, 29 de noviembre de 2009

Chikabal ( I ).

"Corrían los días de a fines de guerra,
había un soldado regresando intacto:

Intacto del frío mortal de la tierra,

intacto de flores de amor en su cuarto..."
Gaviota, Silvio Rodríguez.


En la foto: Roberto, Ricardo, Edgar y yo. Año de 1997.
Universitarios todavía. Nos gustaba planear y planear las salidas a los volcanes. Con Roberto nos íbamos a la biblioteca de la facultad de Agronomía a ver los mapas en escala 1:50,000 donde apareciera algo que se aproximara a una ruta de ascenso al volcán elegido. No entiendo por qué o cómo elegíamos los objetivos. De Chikabal, supongo, fue por la laguna mítica que tiene en su cráter. Vimos esos mapas viejos, sacamos notas, repartimos responsabilidades (agua, comida, fuego, linternas, cámara fotográfica) y nos fuimos.
Aventurar.
Salimos de Guatemala rumbo a Quetzaltenango, unos 200 kilómetros de camino. Llegamos de noche y dormimos en un hotel bien acondicionado ("El Peregrino", si mal no recuerdo). Al día siguiente salimos hacia la terminal y tomamos el bus que baja a la costa por la ruta que conduce a Costa Cuca.
Le pedimos al ayudante del bus que nos dejara en la entrada de la ruta de ascenso al volcán, en San Martín Sacatepéquez y, el muy despistado, nos falló. Una aldea pequeña que se llama "Las Nubes" fue nuestro punto de inicio.

Cruzamos la aldea entre el ladrido y los arrebatos de los perros. Preguntamos por el volcán y, tímidamente, nos dieron respuestas señalando el coloso. Tuvimos que meternos en un zanjón que adivinamos como lecho de río seco, o bajada de agua en tiempo de lluvia. Difícil a más no poder. Luego entendimos que estábamos haciendo el camino por la cara sur: la ruta entre campos sembrados de papa y camote, maíz y frijol.
Encontramos a un campesino con sus hijos, cargados de leña y costales de papa. Los costales eran más grandes y más pesados que los niños. Nos detuvimos, les dimos agua de nuestras cantimploras.
Pasando un tupido matorral de caña de castilla aparecía la apetecida cumbre. Yo fui el último en llegar ahí. Los rostros de ellos, de mis hermanos, emanaban felicidad.
Llegar y ver: bastan los ojos para sentir.

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