miércoles, 30 de diciembre de 2009

Son los sueños, todavía.

-¿Sientes el silencio?-dijo la voz.
-No, el cansancio es demasiado ruidoso -contesté.

La ladera no es muy empinada en realidad, la hace difícil de andar el mal estado físico de quien estas líneas suscribe. El volcán es el Tajumulco, coloso mayor de Guatemala y de Centroamérica, ubicado en el departamento de San Marcos, municipio de Tajumulco (4,220 msnm). Víctima de una nevada, broma de mal gusto del clima, curiosidad caza bobos que nos llevó (junto a cientos, que no miles), a "ver la nieve" y a sentir que, de una vez por todas, le pagaríamos a Guillermo la deuda pendiente desde hace tantos años. Y sí, Guillermo fue el que convocó y, con él íbamos Edgar, Giovanni, Roberto, Julio Roberto, Jay, Pepe y yo.

Descansar y más descansar. Tomar fotos y asombrarse cada vez menos de la cercanía del cono principal del volcán. Las planicies entre pinares me reconfortaban de ese desalentador trajín de ser el último de la colada y no ver para cuándo la cima. Creo que ya se habían cumplido diez años de mi primer ascenso a este volcán. No culpo al tiempo de lo desubicado y extraviado del viaje... total, subimos en el pick up y, a pesar del timo del precio, nos pusimos en ruta y la ruta se movía solita. En la foto: Guillermo revisa las fotos de su cámara, Giovanní lo observa y Jay regresa para quién sabe qué. Atrás de Jay se ve a Julio Roberto con la chumpa en la cabeza. Al extremo derecho de la foto se ve el brazo de Edgar. Y, por supuesto, al fondo absoluto de la foto, la blanca cumbre del Tajumulco.

En la foto, apenas visible, Guillermo camina hacia el tercer pinar. El paisaje se vuelve más escabroso, más de páramo. Los pinos enanos empiezan a ser protagonistas de las laderas. El sube y baja de los cerritos es monótono.

Roberto tuvo que conciliar sus labores de tío y padre y quedarse en "la Olla", punto al píe del cono principal donde, normalmente, se ponen las carpas, se hace campamento. Edgar había desaparecido desde hacía una hora o más y a través del celular sabíamos que ya se encontraba en la cumbre absoluta. Decidimos alcanzarlo y coronar el volcán, íbamos: Giovanni, Pepe, Guillermo y yo. Acá se empezaba a ver de veras eso que fue nieve y que el sol ya empezaba a derretir. Aun así, es difícil pensar que esa escena se volverá a repetir pronto. En la foto: Pepe y Guillermo.

La cumbre absoluta del volcán está bifurcada en tres sub cumbres. En la foto Guillermo sube en el collado entre la primera y la tercera cumbre.

Subiendo a la segunda cumbre, la que da a la cara sur-este del volcán. En la foto Pepe.

Ya en la cumbre sur-este. Pepe en la foto y al fondo el volcán Tacaná, frontera de Guatemala con México.

Cráter del volcán Tajumulco. Mide unos 70 metros de diámetro y unos 50 ó 60 metros de profundidad, está ubicado entre las cumbres noreste y sureste del volcán. Al fondo, debajo de las nubes, se debería ver la costa sur y el mar.

Torre de triangulación del instituto Geodésico internacional. Al fondo las serranías del norte de San Marcos.

Vista del volcán Tacaná en el descenso del volcán... ¿importa decir más?

"...son los sueños todavía,
los que tiran de la gente
como un imán que los une cada día.
No se trata de molinos,
no se trata de Quijotes.
algo se templa en el alma de los hombres
una virtud que se elva por encima de los
títulos y nombres..."

Gerardo Alfonso.

Hermanos

Oscar, ego et Fernando. Hermanos, brazo armado de la familia.

Isla de Flores

Más que aburridos, estábamos hastiados de lidiar con esa gente. La solución momentánea fue subirse en el murito que divide los patios de aula de la escuela tipo Federación de Santa Elena y tomar esta foto. Al fondo, flotando sus luces en el lago Petén Iztá está la Isla de Flores. ¿Cómo es la isla? Mejor visítela y me cuenta.

Camino 30

Hace poco viajamos con calma y con prisa a El Petén. Lejano departamento que pocas veces hemos visitado y que tanto llama la atención. En el camino (más bien, empezando el camino), vimos ese rótulo y Pancho no quedó indemne: Su pueblo suyo de su propiedad señalado en la CPR-3.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Río de Lava

Giovanni y Edgar bajan por una senda que no existe. El río de lava fría no deja espacio para equivocarse, cada paso debe ser meditado. Se escucha el crujir de vidrio roto con cada trecho que se avanza.
Y ya son años (¡quién lo diría!) que este río brotó. Rompió la ladera norte de las faldas del cono principal del Pacaya y brindó un espectáculo que muchos llegaron a ver, especialmente de noche. Fue bueno y fue malo: mostró a muchos la existencia de este lugar pero ha convertido la paz y tranquilidad que recordábamos en un circo que poco tiene ya de sano. "Ustedes son de la vieja escuela" dijo el guardarecursos que me conoce y con el que hablamos ese día... y es así... nosotros no subimos el volcán por los ríos de lava sino por... por... pues "porque está ahí " (como dirían los alpinistas pioneros e iniciáticos).
El viento es el mismo, los olores, la magia...

Laguna de Calderas.

De aquellos viajes de hace más de una década, conservo la imágen clara y potente de un descenso a un acuático paraíso-infierno. Subir a lo alto de un cerro para luego, entre rastrojos de milpa, llegar a la orilla de la laguna que se adivina en la foto.
Roberto, Edgar y yo. Trío empecinado en hacer y deshacer caminos. "Sucios y locos" emprendimos camino de vuelta a casa sin medir las consecuencias de un desvío y de un malentendido. Queríamos llegar a Amatitlán y llegamos a Calderas. En el descenso me quemé las manos con Chichicaste y pude poner en práctica un viejo consejo, una cura que cada vez es más difícil de trasladar, de compartir.
Pero decía, llegamos a la laguna, nos refrescamos en ella y preguntamos cómo salir del lugar para llegar a Amatitlán y desde allí a Guatemala... nos dieron un consejo: subir el cerro que aparece al fondo de la foto que presento, entonces estaríamos ya en Amatitlán... lo que no medimos fue el tamaño del municipio de marras y la enorme distancia que nos separaba del lago. De Calderas llegamos a San Antonio el Pepinal y de ahí a Llano de Ánimas... carretera polvorienta que no dejaba avanzar casi nada (aprendimos también a hacer la conversión de leguas a kilómetros, ya que cada vez que preguntábamos nos respondían dando la distancia en la primera medida dejándonos igual de ignorantes, cual si no hubiéramos preguntado nada).
Llegamos al fin a Amatitlán en la palangana de un pick up... recuerdo las palabras de Roberto: "ni se les ocurra preguntar 'cuánto es', que no tenemos pisto"... y era cierto: para ese viaje yo llevaba nada más cinco pesos y los demás por el estilo... eran tiempos de salir y ser, el dinero servía pero no importaba, ya otra vez, en otro volcán, bailó en nuestra mente la idea de usar los billetes que teníamos en las bolsas para prender fuego...
Qué se yo... divago...
Calderas está ahí y me mira con su verde ojo.

Confusión...

Playa de Champerico, Retalhuleu, Guatemala.

Rompen las olas en las dunas grises, en los negros médanos. El sueño aquel de las playas del mar que es el mismo en todos los lugares ya es confusión.
"Todas las playas son la misma playa", me decía. No lograba hacer distinción entre Monterico, San José, Iztapa, Las Lisas o Champerico. Todas me parecían una misma, un deleite de violencia e infinitos que se abrazaban.
Luego fue el Mediteráneo desde la Barceloneta y todo cambió. Los sueños allá fueron distintos y nada era comparable con esto que a mis ojos volvía desde las palabras que me daba, las que resguardaban mi deseo de volver.
Y vuelvo, confuso, hasta esos días de sol abrazador, hasta las manos que me mostraron que la sal y las risas pueden más que los deseos truncos o las miradas que cantan un repentino adios.
No recuerdo ya el tono de tu voz, las inflexiones de tus palabras. Apenas podría adivinar algo que tú podrías decir y que te identifique y te haga única.
Desde la confusión, desde las playas que son la misma playa, va llegando el olvido.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Adocenada.

Con la Zenith 135, de la que tanto he hablado, con la Cannon AE1 Program, con esas cámaras es seguro que hice, hicimos, esta foto varias veces. Desde el camino que va de San Vicente Pacaya a San Francisco de Sales, desde la cumbre del Cerro Chino, desde la cumbre del mismísimo volcán de Pacaya.
La vista es espléndida: Los volcanes de Agua, Acatenango y Fuego deslizan sus mantos hacia el sur del país. Se vuelcan sobre las costas con su perenne ciclo de vida y muerte, de aguas vitales, de inundaciones brutales. De píe en las faldas del Pacaya todo parece normal hasta que una explosión desde el cráter del coloso o el calor de sus ríos de lava nos recuerdan lo mísero de nuestras cuitas, lo calamitoso de ser humano.
Adocenada es, entonces, la foto que presento. Pero vale por las palabras que no puedo expresar con la coherencia que la imagen merece.

El vacío...

Estela-Monolito en Quiriguá, Izabal, Guatemala.

Desde el pasado y muy en el presente me miran sus ojos. Reclaman algo que, estoy seguro, yo no puedo darle. El vacío, el pasado rematan sus gestos. Pero, aun y contra el tiempo, es necesario alzar la vista para perderse en su inmortalidad.
El peso de sus sueños ya no lo abruma. Ni siquiera es plausible arremeter contra su grandeza o su actuar. Su perdido nombre, sus manos sin gestos, no lo dañan.
Y está ahora en ese limbo precioso que nada dice, que nada teme. Piedra firme, delirio, designio, pureza y fin.