Desde el pasado y muy en el presente me miran sus ojos. Reclaman algo que, estoy seguro, yo no puedo darle. El vacío, el pasado rematan sus gestos. Pero, aun y contra el tiempo, es necesario alzar la vista para perderse en su inmortalidad.
El peso de sus sueños ya no lo abruma. Ni siquiera es plausible arremeter contra su grandeza o su actuar. Su perdido nombre, sus manos sin gestos, no lo dañan.
Y está ahora en ese limbo precioso que nada dice, que nada teme. Piedra firme, delirio, designio, pureza y fin.
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