Hice costumbre durante varios años el dejar todo y marcharme. No era novedad para nadie, porque saben bien que tiendo a desaparecer, a no dejar huella de mi paso, a no dejar pistas de mi paradero. Pero éstas veces fue distinto. Fue entre los años 1998, 1999 y 2000. Hacía maleta el 27 ó 28 de diciembre y me iba a Monterico, Taxisco, Santa Rosa. Playa lejana, solitaria, cosmopolita. Un libro, una libreta de notas, mil añoranzas y la cura de la distancia y de soledad. Poner píe en el embarcadero de la Avellana para cruzar el canal de Chiquimulilla era ya estar lejos, era ese estar solo que tanto bien me hacía en esos años de frustraciones, desamores, sobresaltos y depresión. En esos años de amigos miles, música mil, alegrías desaforadas, borracheras de antología, me hacía bien el abandonarlo todo. En las últimas salidas pues convocaba a mis más cercanos, a los amigos de siempre. Esta foto pertenece a ese último año... creo. Esa vez me hizo compañía Edgar y con él hicimos una serie de fotos en las cuáles no aparecemos nosotros, ya estábamos un poco hartos del retrato, del querer dejar constancia de nuestros lugares y nuestros rostros. Partimos de regreso a "la ciudad y la trampa" antes del año nuevo, para estar con nuestras familias. Queda esta imagen para tratar de colocar en ese mapa mental esos momentos. Lo que se dijo y se pensó, lo que se soñó o se sintió entre pesadillas durante cada estancia por ese paraiso, pues no es incumbencia de este portal, es materia de hablarlo cara a cara. Prometo no ocultar nada.
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