Con mayor o menor frecuencia (con las mareas, dirían algunos), me acerco a las letras o me separo de ellas. Tengo un blog que alimento poco y que debería contener aquellos sueños que, creo, no caben acá. También visito páginas que hablan de literatura o que son escritas con afanes estéticos que se cumplen o no. Me maravillo de los compañeros y amigos que pueden leer sus textos en recitales y encuentros, que pueden editarlos en papel, volverlos libros.
Todo esto que digo ha encontrado un eco en un texto que conozco desde hace tiempo y que no deja de impresionarme:
"OLIVETTITodo esto que digo ha encontrado un eco en un texto que conozco desde hace tiempo y que no deja de impresionarme:
Están aquí mis libros (no los que leo sino los que escribo), bandadas de papeles llenos de tachaduras que ensucian la limpieza de mi pulcra Olivetti. Están aquí. Son libros aunque no lo parezcan todavía. Siguen aún inéditos. Podría publicarlos, pero ocurre que no hacen ediciones por abonos. Y aún cuando las hicieran, debo pagar primero la cocina, el refrigerador y las letras del carro (todo lo necesario y lo más útil).
Y además, ¿de qué me serviría publicarlos? A lo sumo gastaría bolígrafos en las dedicatorias, me dirían "poeta" en plena vía pública y entraría en el círculo selecto: La Sociedad de Autores Nacionales. Pero no aceptaría el carnicero un volumen de versos a cambio de una libra de puyazo. Ni el médico vería con agrado si pago la consulta con un ejemplar autografiado.
Es más, esos centavos mensuales que costará la edición de algún libro (en el remoto caso que hubiera editor que diera fiado), están mejor empleados en las revistas de tiras cómicas que alegran a mis hijos e inclusive me hacen reír a veces.
Es más, esos centavos mensuales que costará la edición de algún libro (en el remoto caso que hubiera editor que diera fiado), están mejor empleados en las revistas de tiras cómicas que alegran a mis hijos e inclusive me hacen reír a veces.
Por eso están ahí, por allí, esos mis libros inéditos que ni yo mismo leo, que ni yo mismo entiendo, como casas derruidas donde (yerbajos) crecen tachaduras, correcciones inútiles que no verá la imprenta, que no habrán de salvarme de la muerte.
Manuel José Arce Leal"
Duele volver sobre la huella de esas palabras. Y duele más al comprobar el presente que se empeña en rumiar silencio.
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