lunes, 19 de octubre de 2009

¡Éepaaaa!

Recuerdo muy bien que, una de las primeras veces que lo vi, me llamó la atención una senda hebilla que usa en su cinturón: Hebilla de montador de jaripeo... Juzgón, como dicen que soy, le pregunté si era de algún jaripeo donde él hubiera participado y se rió, se puso rojo y dijo que no, que la hebilla ya venía con el cinturón y que a él le gustaba.
Nacido en Jocotán pero vecino de Camotán, Marlón (así dice que se llama el cartelito que lleva en el pecho) es parte de ese grupo de amigos nuevos, de compañeros del Dispensario Bethania. Su buen humor y su conversación fácil son tanto o más agradables que su habilidad para contar chistes y anécdotas. Una anécdota de esas es la de su nacimiento en ese dispensario donde ahora trabaja. Él nos lo contó a Chepón y a mi y luego usé esa información durante una conversación con el doctor Carlos:
-Deberían de ponerle a esta sala una placa que diga: "Sala Marlon Salazar", porque dice él que aquí nació -dije yo.
-Si, es cierto, aquí nació... y todavía debe lo del parto -contestó el doctor y espantó a los pájaros con su carcajada.

Sinvergüenza

"-Te llamaba nada más para saber si me puedo comer el pan con jamón que Giovanni trajo y... como vos no estás y Giovanni insiste que el pan es tuyo... pues me dio pena y... eso... quiero saber si me das permiso para comerme el pan...
-¡Vos, el mayor de los sinvergüenzas, te através a preguntar si te podés comer el pan..!"

La conversación fue más o menos como la transcribo (al menos mi memoria así la recuerda o así quiere recordarla)... hablaba con Guillermo desde una tiendecita en la salida de la aldea Concepción El Cedro en San Vicente Pacaya... eso fue el domingo pasado y se relaciona con la foto anterior y con lo que escribo sobre la salida que hicimos para subir el volcán de marras. Apenas cabe decir que, durante la conversación, ambos no parábamos de reír y que eso se hizo contagioso y la señora que atendía la tienda nos miraba entre divertida y asombrada de esos bichos raros...
Y eso.. lo de "sinvergüenza" me hizo recordar que "yo también padecí de esos dolores", que fui, junto a Guillermo un Sinvergüenza y que, con él, grabamos un disco demo hace ya tres años (en noviembre próximo se cumplen).
La foto es de ese año, del 2006, grabamos en el estudio de Rafaél Lau, en directo, sin cortes mayores, casi un concierto grabado. No hubo muchos testigos de ese momento... Pepe Orozco, la mamá de Ma' Lu', Chava... hermanados y presagiando el fin inminente de una etapa que todavía siento mía, que todavía me hace volver la vista atrás y agradecer infinitamente la experiencia de, al menos una vez en mi vida, grabar un disco.

Siempre...

La foto, ensayada y repetida un par de veces, corresponde a una salida reciente: la fecha que la cámara digital coloca en automático no me deja mentir. Un domingo que pudo ser cualquier domingo se convirtió en un retorno al sueño compartido pero intransferible de subir volcanes.
El lugar: Volcán de Pacaya (2, 225 mts SNM), ubicado entre los departamentos de Guatemala y Escuintla. Los involucrados: Giovanni, Edgar y quien suscribe éstas líneas.
Y, claro, la foto nos capta (a Giovanni y a mi) señalando el punto donde inició la caminata: San Vicente Pacaya, a unos 4 kilómetros de distancia de donde, casi en derrota, nos encontrábamos ya.
No hace falta mucho para poder subir y ver, para recordar, para sentir el frío del viento que presagia nuestro invierno seco, no hace falta que se abran las compuertas de la noche. Ser y ver es la ecuación de lo simple. La complicidad de viejos amigos, la tecnología que nos pone cercanos de los que no pudieron ir (llamar por celular a Guillermo y a Roberto) y contarles que la felicidad es apenas eso y nada más.
Los pasos cansados (la juventud se va sin más), las palabras que bordan pláticas que tienen dejos de novedad y de remembranza: eso es todo.
Señalar ese lugar posible de donde surgen los caminos que apenas nos perdonan.

domingo, 11 de octubre de 2009

En Occidente

Recorrer Xela es perderse en una mezcla inexacta de sueño y pesadilla. En cada rincón aparece un recuerdo, una mano que ya no saluda, un paso que no tendrá ya una copia o un imitador. Las cumbres de los volcanes se burlan de mis píes, de mis ojos, las paredes de las casas apenas pueden contener mi arremetida de pavor, de admiración.
Villa Lesbia está cerca de la estación de la Alamo, mejor dicho, frente a ella. Es un caserón de estilo inexacto y de fecha de construcción equívoca. Saben algunos que eran alemanes los dueños originales y que la vendieron "a un precio risible, casi regalada" a la iglesia católica. Desde entonces esa institución la ha regentado: ha sido colegio, casa de catequistas, sede de Caritas Arquidiocesana.
Allí, mis palabras encontraron un eco distinto, supe volver y ver. Me di gusto hablando de Cantel, de Concepción Tutuapa, de las cuencas de los dos ríos que me desvelan.

Sobre los hombros de esas palabras pude vadear la rutina perdida. Avancé precariamente de pilar en pilar, de cielo en cielo. Y luego asistí a la confesión de un pasado que todavía me hostiga.
Recorrer las calles de Xela es perderse en una visión del pasado reciente, es un dèja vú, una broma hostil. El teléfono sonaba y reía conmigo las bromas de siempre. La lejanía no importaba ya.
Y abandoné Xela sin mayor pena, sin ninguna gloria.

Cuénteme hermanito...

A: Rigo

Sepa usted,
y que sea pronto,
que las manos
se esconden puntuales.
Entienda ya
que en las rocas
no existe un deseo
ni dos:
innumerable es el tres,
indescifrable el cuatro.

Cuénteme hermanito
sobre el fuego
que alimenta
con su madera
cotidiana.

Cuénteme,
y que sea pronto,
del silencio,
de la dicha
de abrazar el infinito.

Mixco, Guatemala, Octubre de 2009.

Zapatitos

Una cámara fotográfica que ya pide que se le utilice de otra manera. Jorge me contó hace poco que tiene la intención de hacer una página, un blog de zapatos. Su intención no tiene nada que ver con estas fotos, pero sirvió de empuje para que yo buscara hacer algo con esa idea. Mi intención era más bien lúdica. Me llamó la atención ver los sendos zapatitos amarillos que lucían dos maestras que asistieron a un taller reciente en Puerto San José.

Mis sucios zapatotes amarillos contrastan con la pulcritud y delicadeza de los de las maestras. Como he dicho, mi intención era más bien la de romper el tedio del trabajo y sacar un sonrisa de las compañeras que, amablemente, permitieron que tomara estas fotos.
La cámara y mi hiper activa imaginación se salieron con la suya.

...él sabe algo que yo no...

A finales del mes de agosto de este año asistí a un taller digno del olvido. Rescatable de ese momento es el hecho de haber conocido y reído al lado de Chemita: Alfabetizador del Dispensario Bethania, Jocotán, Chiquimula.
Ese mismo destino de talleres y esfuerzos de cooperación me puso, a principios de este mes, en la sede del dispensario de marras. Allí nos recibieron con los brazos abiertos. Y allí, también, estaba Chemita.
No sé decir más de su persona... pero me ha quedado una duda mortal: ¿acaso él sabe algo que yo no alcanzo a entender?

Basílica

Otra jugarreta que te juegan el tiempo y los caminos es el olvido parcial. Ni siquiera la cercanía de este viaje y los kilómetros que significó llegar hasta allí, son fuente de información confiable.
Creo, presiento, que no visitaba Esquipulas desde hace unos 30 años... contar ese tiempo, decir 3 décadas, tratar de explicar qué ha pasado en esta vida, mi vida, durante ese tiempo es difícil, por no decir inútil.
He abierto una puerta que nunca estuvo totalmente cerrada. He participado en los rituales que la visita requiere. La blanca basílica que resguarda la milagrosa imagen del Cristo Negro me ha parecido un sueño que otro soñaba. Mezclado a las risas, al olor de incienso, a la pasarela que lleva hasta el escaparate, a los mil y un detalles que guarda celoso este lugar, he visto hacia atrás. Caminar y ser, sentir y ver. He olvidado de nuevo. Pero este olvido nuevo es pequeño, es nada.