Vamos por lo menos una vez al año. La Concordia es un punto obligatorio en nuestros itinerarios y siempre estamos pensando en cómo mejorar la casa o en la cosecha. Esta vez la visita coincidió con la tapisca y tuvo, como principal motivo, la construcción de la caseta de la letrina. A diferencia de otros años cuando eramos un grupo grande cargado de cerveza o de vino que llegaba a pasar la noche nada más, esta vez llegamos de día y eramos dos nada más: Giovanni y quien estas letras escribe (Guillermo se unió a nosotros hasta la noche del segundo día, fuimos a buscarlo a Cuatro Caminos, ya que él ahora vive en San Marcos y ese día se encontraba a caballo entre Totonicapán y Xela). El primer día fuimos recibidos por ese montón de niños y niñas que son parte de la familia que vive alrrededor de la casa. Especial mención tendrá Sofía.
En la foto, al segundo día, el de la tapisca, ella es la única que mira hacia la cámara. Antonieta, rodeada de niños y niñas, selecciona la semilla, quita la tuza y agrupa las mazorcas que serán consumidas en cuanto terminen de secarse. Sofía había estado rondando todo el rato por ahí: le interesaba más la bulla que hacíamos con los martillos construyendo la letrina que la silenciosa labor de Antonieta. Ya un día antes Sofía se pegaba a nosotros y miraba cómo Giovanni se encaramaba al techo de la casa de la tía María para reparar el cable de electricidad cortado. Me di cuenta de la manera que ponía atención a la maniobra y decidí tirar frases para disuadirla de repetir -en nuestra ausencia- la escalada a las frágiles láminas del techo. Hay que anotar que ella sólo tiene 5 años y que su viveza es arrolladora. Entonces, dije "cuidado Giovanni, si no te fijás te vas a caér y si te caes es tu culpa, quién te manda a subirte ahí". Sofía sonrió. Giovanni empezó a bajar por la escalera y ella dijo, como quién sentecia que entendió la indirecta: "Giovanni viene bajando, si se cae ¡culpa de él!".
Mi cabello largo fue otro distractor. Los hijos varones de Chepe eran los más curiosos o los más dados a hacer la pregunta con ánimo confrontativo. Puesto que soy peludo desde hace más de 14 años ya es difícil que me cale lo que me digan, es más, para lo que me digas ya tengo respuesta ensayada: ya lo he oído todo. En fin. Sofía, menos dada a la malicia de tirar chinitas, pregunta sobre el pelo acicateada por la presencia de sus primos:
-¿Por qué tenés el pelo largo? -inquiere.
- Por que me gusta tenerlo largo -es mi respuesta, la más fácil de todas.
- Sólo las mujeres tienen el pelo largo, los hombres no ¿sos mujer? -es sentenciosa.
- No, soy hombre, pero tengo el pelo largo -me escabullo, otra vez, por la lógica cercana.
- A mi me hubiera gustado ser hombre -dice, lo lanza como granada en trinchera y provoca miradas que buscan una respuesta.
- ¿Por qué? -la curiosidad aumenta.
- ¡Cómo duele cuando mi mamá me peina!